Cuatro polizones estaban compartiendo los
restos de un frugal desayuno servido en una de las mesas del bar “Her Fritz”,
en el puerto de Hamburgo. Cada uno de ellos había llegado allí por sus propios
medios, y por supuesto, había viajado sin pago de pasaje y sin ser advertido.
A
través de la ventana del bar, como en un cuadro fantástico, podía verse
el sol ascendiendo al zenit, como una dantesca bola de fuego, incendiando el
horizonte, y entrecortada su imagen por los mástiles de los enormes
transatlánticos y los super cargueros, proyectando éstos, al mismo tiempo, sus
sombras, terriblemente alargadas, Era como si el paisaje se expusiera en dos
dimensiones, una tangible, nítida, coloreada, y la otra oscura, negro-gris,
fantasmagórica.
Bandadas de gaviotas revoloteaban sobre
las naves pordioseando mendrugos. Algunas chillaban y aleteaban nerviosas en
una gresca satánica, mientras otras se alejaban presurosas transportando su
precioso botín.
Allá a lo lejos, altivas chimeneas
vomitaban humo o fuego, matizando el cielo azul con tonos pasteles.
Sirenas ululantes anunciaban la partida o
el arribo de algún buque, confundiéndose su sonido con el de los motores que
impulsaban a los remolcadores o las cintas transportadoras.
Recién nacía el día y ya la labor febril
del puerto más grande del planeta igualaba a la de un hormiguero en plena noche
de saqueo y destrucción.
Pero en el interior del bar la atmósfera
era distinta, imperaba la paz con su dulce tiranía.
Una
vez saciado el hambre, cada uno de los polizones comenzó a disfrutar de la
laxitud que corona al instinto primario satisfecho, rememorando, al mismo
tiempo, las experiencias del viaje
recién concluido.
El más robusto de los cuatro había llegado
con el tren expreso Zurich-Frankfurt-Hamburgo.
Había llevado una vida muy placentera en
su lugar natal, allá en la granja al pie de los Alpes, de blancos sobreros y
del monótono tañido de los cencerros de las vacas madrinas, y abordó el tren,
escondiéndose en uno de los baños de segunda clase. Nadie quebró la tranquilidad de su recinto.
Nadie lo vio. Absolutamente nada ocurrió durante el trayecto. Cuando el tren
detuvo totalmente su marcha, decidió desembarcar. Y ahora estaba allí, donde había llegado
casualmente también, tras deambular toda la noche por la adormecida ciudad.
El que parecía ser el más joven de todos
ellos era esbelto y ansioso. La duración de su viaje había sido de apenas unos
minutos. Venía de Holanda, oculta en la bodega de un avión dentro de un
contenedor repleto de bulbos de tulipanes para exportación. Afortunadamente, el
aserrín que protegía los bulbos logró paliar el frío de su cuerpo cuando la
aeronave alcanzó la altura de crucero. Una vez llegado a Hamburgo, el cajón fue
llevado al puerto, momento en que él pudo escapar, y el cargamento fue luego
fraccionado para ser enviado a distintos parajes de la campiña alemana.
Los dos restantes eran hermanos, y habían
llegado en un camión que transportaba automóviles. Habían buscado refugio
debajo de los vehículos durante una tormenta, mientras el camionero cenaba en
un restaurante de la ruta; se habían quedado dormidos, y solo despertaron al
llegar al puerto, esa mañana de pleno sol.
Siendo todos curiosos y aventureros por
naturaleza, decidieron permanecer juntos en esa gran ciudad y buscar allí
nuevas experiencias para tranquilizar sus inquietos espíritus.
De repente, un olor nauseabundo invadió
el recinto.
El polizón robusto se sintió muy pesado para
moverse. Culpó a su buena vida y a su exceso de peso. Quería salir de allí pero
no podía.
Los dos hermanos, a pesar de tener un
buen estado físico, estaban en la misma odiosa situación.
Sólo el joven, aventajado quizás por su
edad y su energía, pudo desplazarse un poco, pero tampoco consiguió alejarse
del lugar.
Los cuatro se sintieron desconcertados,
sofocados hasta el paroxismo, exangües.
Al rato, una gran nube, húmeda y
pegajosa, con ese mismo olor, pero ahora mucho más intenso, los envolvió.
Ya era imposible respirar, mo…ver…se,…
hu…i…
El mesero retiró las tazas, los platos y
los cubiertos. Pasó la rejilla mojada
sobre la mesa, arrastrando al suelo migas, varias servilletas de papel
arrugadas y cuatro moscones muertos.
Al rato, otro mozo barrió el piso con una
escoba de plástico.
ANTOLOGIA PREMIO JULIO CORTAZAR 1993
FUNDACION CENTRO CULTURAL SAN TELMO
"MADONNA CON NIÑO" CARLO CRIVELLI |
"RETRATO DE UN CARTUJO" PETRUS CHRISTUS |
No hay comentarios:
Publicar un comentario