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miércoles, 2 de enero de 2013

POLIZONES


      Cuatro polizones estaban compartiendo los restos de un frugal desayuno servido en una de las mesas del bar “Her Fritz”, en el puerto de Hamburgo. Cada uno de ellos había llegado allí por sus propios medios, y por supuesto, había viajado sin pago de pasaje y sin ser advertido.
      A  través de la ventana del bar, como en un cuadro fantástico, podía verse el sol ascendiendo al zenit, como una dantesca bola de fuego, incendiando el horizonte, y entrecortada su imagen por los mástiles de los enormes transatlánticos y los super cargueros, proyectando éstos, al mismo tiempo, sus sombras, terriblemente alargadas, Era como si el paisaje se expusiera en dos dimensiones, una tangible, nítida, coloreada, y la otra oscura, negro-gris, fantasmagórica.
      Bandadas de gaviotas revoloteaban sobre las naves pordioseando mendrugos. Algunas chillaban y aleteaban nerviosas en una gresca satánica, mientras otras se alejaban presurosas transportando su precioso botín.
      Allá a lo lejos, altivas chimeneas vomitaban humo o fuego, matizando el cielo azul con tonos pasteles.
      Sirenas ululantes anunciaban la partida o el arribo de algún buque, confundiéndose su sonido con el de los motores que impulsaban a los remolcadores o las cintas transportadoras.
      Recién nacía el día y ya la labor febril del puerto más grande del planeta igualaba a la de un hormiguero en plena noche de saqueo y destrucción.
      Pero en el interior del bar la atmósfera era distinta, imperaba la paz con su dulce tiranía.
      Una vez saciado el hambre, cada uno de los polizones comenzó a disfrutar de la laxitud que corona al instinto primario satisfecho, rememorando, al mismo tiempo, las  experiencias del viaje recién concluido.
      El más robusto de los cuatro había llegado con el tren expreso Zurich-Frankfurt-Hamburgo.
     Había llevado una vida muy placentera en su lugar natal, allá en la granja al pie de los Alpes, de blancos sobreros y del monótono tañido de los cencerros de las vacas madrinas, y abordó el tren, escondiéndose en uno de los baños de segunda clase.  Nadie quebró la tranquilidad de su recinto. Nadie lo vio. Absolutamente nada ocurrió durante el trayecto. Cuando el tren detuvo totalmente su marcha, decidió desembarcar.  Y ahora estaba allí, donde había llegado casualmente también, tras deambular toda la noche por la adormecida ciudad.  
      El que parecía ser el más joven de todos ellos era esbelto y ansioso. La duración de su viaje había sido de apenas unos minutos. Venía de Holanda, oculta en la bodega de un avión dentro de un contenedor repleto de bulbos de tulipanes para exportación. Afortunadamente, el aserrín que protegía los bulbos logró paliar el frío de su cuerpo cuando la aeronave alcanzó la altura de crucero. Una vez llegado a Hamburgo, el cajón fue llevado al puerto, momento en que él pudo escapar, y el cargamento fue luego fraccionado para ser enviado a distintos parajes de la campiña alemana.
      Los dos restantes eran hermanos, y habían llegado en un camión que transportaba automóviles. Habían buscado refugio debajo de los vehículos durante una tormenta, mientras el camionero cenaba en un restaurante de la ruta; se habían quedado dormidos, y solo despertaron al llegar al puerto, esa mañana de pleno sol.
      Siendo todos curiosos y aventureros por naturaleza, decidieron permanecer juntos en esa gran ciudad y buscar allí nuevas experiencias para tranquilizar sus inquietos espíritus.
      De repente, un olor nauseabundo invadió el recinto.
      El polizón robusto se sintió muy pesado para moverse. Culpó a su buena vida y a su exceso de peso. Quería salir de allí pero no podía.
      Los dos hermanos, a pesar de tener un buen estado físico, estaban en la misma odiosa situación.
      Sólo el joven, aventajado quizás por su edad y su energía, pudo desplazarse un poco, pero tampoco consiguió alejarse del lugar.
      Los cuatro se sintieron desconcertados, sofocados hasta el paroxismo, exangües.
      Al rato, una gran nube, húmeda y pegajosa, con ese mismo olor, pero ahora mucho más intenso, los envolvió. 
      Ya era imposible respirar, mo…ver…se,… hu…i…


      El mesero retiró las tazas, los platos y los cubiertos.  Pasó la rejilla mojada sobre la mesa, arrastrando al suelo migas, varias servilletas de papel arrugadas y cuatro moscones muertos.
      Al rato, otro mozo barrió el piso con una escoba de plástico.  


                                                             ANTOLOGIA PREMIO JULIO CORTAZAR  1993

                                                           FUNDACION CENTRO CULTURAL SAN TELMO



"MADONNA CON NIÑO"  CARLO CRIVELLI

"RETRATO DE UN CARTUJO" PETRUS CHRISTUS

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