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domingo, 12 de agosto de 2012

GOLPE MORTAL


                                                               
        
El golpe fue certero, letal, violento, amparado por la infalibilidad de la cercanía; premeditado sin evaluación de alternativas, consumado con ojo de experto; final.  Diminutas gotas de sangre le salpicaron la manga de la camisa. Las miró con asco, con la misma repugnancia que sentía por Felisa; y se acarició el brazo, algo resentido por el impacto.
La muerte coronó la acción, desplegando un manto de quietud y silencio. En ese momento, ningún vestigio de culpabilidad empañó los hechos pero, lamentablemente, el acontecimiento no cambió un ápice su vida, ni sus pensamientos. Podría decirse que había sido un acto de rutina.
 Después de un rato, Mauro se sentó en un sillón del living, encendió un cigarrillo y comenzó a revisar ese pasado y presente que tanto lo angustiaban. Hacía mucho tiempo que sabía que Felisa lo engañaba con Aníbal. La incredulidad ocultó la realidad de los primeros hallazgos de evidencia. Sumergido en el punzante dolor, pensó, una y mil veces, en lo ganso que era Aníbal, siempre escondido tras esos gruesos anteojos, con un libro bajo el brazo. No hablaba de política ni de fútbol; tampoco,  piropeaba a las mujeres bonitas en la calle. En fin: ¡un desperdicio de hombre! Felisa, en cambio, era hermosa, inteligente, creativa. Se preguntaba perplejo ¿cómo había podido ella fijarse en ese zoquete?
Con el correr del tiempo, fue sucumbiendo a la realidad. Empezó a observar al rival con detenimiento pero, por más que lo intentara, nada nuevo pudo descubrir en él, y su concepto siguió siendo el mismo.
Pensó, también, en enfrentarlo y disputarse a la dama en duelo de caballeros, pero rechazó la idea de inmediato, por descabellada y obsoleta. La conclusión fue que él no tenía que disputarse a Felisa con nadie. Ella le pertenecía sólo por el hecho de ser su esposa.
Barajó otra posibilidad, la de encararla y decirle que él lo sabía todo, y obligarla a tomar una decisión: o él o el otro. Pero, se aterrorizó ante la probabilidad de que ella eligiera dejarlo por Aníbal. Se imaginó siendo el pavo de la boda en todos las reuniones con sus amigotes, y prefirió olvidar este planteo.
De inmediato, otra idea rondó por su atormentada cabeza: ¡matarlos a los dos juntos simulando un accidente! Pero, la opción del doble homicidio era muy pesada. Se sintió incapaz de soportar tanta carga emocional y consideró que lo mejor era matar sólo a uno de ellos. ¡A Felisa! La pérfida, la mosquita muerta, la ramera; esa prostituta de baja estirpe que había olvidado, sin escrúpulos, su condición de mujer casada. Tampoco esta idea lo convencía por completo. De inmediato, lo catalogarían a él como principal sospechoso. Siempre el marido es considerado sospechoso en estos casos.
Convino, pues, que era más efectivo eliminar sólo a Aníbal, y disfrutó de la idea de ver sufrir a Felisa y no tropezarse nunca más con esa rata de biblioteca.
El problema era que “el zoquete” no tenía enemigos. Pensó, entonces, en la parodia de un robo, pero lo inquietó el reconocer que tampoco tenía bienes apetecibles. Se convenció analizando en el modus operandi de un ladrón ocasional. Totalmente ignorante de si la víctima potencial tiene bienes o no, el ladrón acecha, espera y ataca a la primera oportunidad. Si el perjudicado tiene dinero ¡mejor!, si no ¡mala suerte! y, si se resiste demasiado, ¡pum!, un tiro de gracia y ¡adiós!
Concluyó, definitiva y rotundamente, en que lo más acertado era matar a Aníbal, a ese puerco inexcusable que le quitaba las esposas a los amigos. Sólo le quedaba planear dónde y cuándo, la hora exacta del crimen; en seguirlo por unos días para escrutar sus costumbres, su rutina y matarlo, matarlo sin piedad, li-qui-dar-lo, pero sin armas, para dejar menos evidencias. Aplicaría la técnica del golpe, un golpe exacto, colocado en el lugar justo, infalible, como todo golpe mortal.
Cuando sonó el teléfono, Mauro continuaba sentado en la penumbra del cuarto, aún con la camisa, el brazo y la mano con restos de sangre seca, y el cerebro embarullado por la felicidad y la culpa que nunca abandonan al asesino accidental, a aquel que debe cumplir con el acto ineludible sólo para vengar el honor de esposo y amigo engañado. Sin embargo, en ese momento, su aspecto era más de víctima  que  de un criminal. Atendió con premura. Era Felisa, que le informaba que arribaría en cinco minutos, que llevaba pizza calentita y que se preparara para cenar.
Corrió al baño a lavarse las manos y a cambiarse de ropa. Se desnudó el torso, se rascó el antebrazo izquierdo, palpó una leve hinchazón y vio una aureola roja, lo que le hizo exclamar: “¡Maldito mosquito! ¡Y, encima, me arruinó la camisa!”
Fue a la cocina, tendió el mantel, puso la vajilla sobre la mesa, y postergó su plan de eliminación de Aníbal para otra oportunidad, como lo venia haciendo por casi un lustro.     

                            CUENTOS QUE CUENTAN
                                 Editorial  Urano 2001      

"Alegoría del triunfo de Venus" . BRONZINO 
"Celos"  -  EDVARD MUNCH 
                              

HORRIBLE PESADILLA EN LAS ALCANTARIILAS DE VARSOVIA


  Abraham se durmió profundamente. Al rato, empezó la horrible pesadilla. Soñaba que los animales de la maldita Gestapo los  habían descubierto y estaban descendiendo al alcantarillado de la ciudad. ¡Malditos sabuesos! Esos infames tenían el olfato más sutil que el de sus propios ovejeros. ¡Perros asquerosos! Ya estaban llegando... Ya estaban arribando a su escondrijo. Los pasos se podían percibir cada vez más cercanos. Repiqueteaban en los túneles como si fueran campanas tañendo a réquiem. ¡Tam! ¡Tam! ¡Tam!  El corazón le galopaba... y los lebreles estaban cada vez más cerca de la presa. Ya podía sentir en los pies la humedad de sus helados hocicos... ¡TAM! ¡TAM! ¡TAM!
         -¡Sal de ahí, judío inmundo!-  ladró uno de ellos.
         El agresivo can estaba parado a su lado, amenazante, exhibiéndole los colmillos, listo para atacar...
         Salió de su agujero con la cabeza gacha, subordinado a la raza excelsa.
         En pocos segundos, se encontró amarrado en una cámara de torturas. Estaba en penumbras, pero la impía luz de una lamparilla orientada hacia su rostro le laceraba los ojos. La hoja de la navaja que enarbolaba el ario uniformado despedía destellos plateados. El verdugo disfrutaba al contemplar el filo del metal y la cara de horror de la víctima, hasta que al fin le anunció:
          -Te vamos a sacar las uñas, una por una.
         "¡No! ¡Por piedad! ¡Noooo!",  intentó gritar el prisionero pero sólo un sonido gutural le emergió de la boca.
         Abraham no podía ver la sangre pero notó su tibieza. Luego vino el dolor. Se originó como un fuerte pinchazo en la extremidad del dedo. Fue ascendiendo, zigzagueando como un relámpago, hasta llegarle al cerebro. Un alarido emergió de su cavernosa garganta mientras el cuerpo se estremecía.  Se incorporó hasta donde se lo permitían las ataduras.  Prosiguió ululando.
         -Veamos... Otro cortecito más - fanfarroneó el victimario, volviendo a clavar el cuchillo, esta vez, en el lateral derecho de la misma uña.
         Y, de nuevo, el proceso de la saeta le fulminó el cuerpo. Ahora, la sangre fluía a borbotones. Volvió a gritar. Apretó los puños... Unas cuantas lágrimas le resbalaron por las mejillas, tan tibias como el fluido de la hemorragia.   Dentro de lo que le permitió el sufrimiento, abrió los ojos  y  vio brillar, otra vez, el metal de la navaja agresora.
         - Una incisión más  y  sale cuadrada como un adoquín - murmuró el germano, mientras bajaba el brazo para clavar el arma a fondo en el primer impacto.
         Antes de recibirlo, Abraham gritó. Quería ganarle de mano al dolor. Luego, el torturador  deslizó  la hoja por la profundidad de sus músculos.
         -Seguiré por la otra pierna. Comenzaré por el dedo pequeño- comentó después.
         El cuchillo ya bajaba con violencia...
         Abraham, gritando, se incorporó. Las correas no lo mantuvieron sujeto esta vez. Se miró los brazos. No había ataduras que lo amarraran. Tampoco lamparilla... Pudo llevarse las manos a la cara y frotarse los párpados. Le costó mucho adaptarse a la densa oscuridad. Se sentó. Descubrió que todo había sido una pesadilla. ¡Una horrible pesadilla! No había ni torturadores ni cámara de torturas. Pero, el miembro inferior  izquierdo le dolía. Y, otra punzada dolorosa ascendía ahora desde el meñique derecho. Encendió un fósforo. Se miró el pie izquierdo. Faltaba la puntera de la media y el resto estaba teñido de rojo. El dolor era intenso...
         Mientras inspeccionaba, se quemó la punta de los dedos con el cadáver de la cerilla. Encendió otro fósforo  y lo acercó a la otra extremidad. Sin inmutarse por la titilante llama de la mísera fuente lumínica, la rata continuó royéndole la falange. Tan  sólo sus inquietos ojuelos brillaron, afectados por la luz.
         Un grito de horror, potente y real, llenó el recinto adyacente, y se alejó perdiendo potencia por las laberínticas galerías, rebotando aquí y allá, en las leprosas  paredes, como un trueno...

                                      LOS PREMIADOS
                                Editorial Cathédra - 2003


"Soldados alemanes de Waffen SS".  ERNEST DESCALS







"Ratas" CÉSAR BAUTISTA




ANIMA VILIS


                         

Supe que los llamaban "los desgraciaditos" apenas me mudé a ese barrio. Cuando los vi sentados en la  acera, luego del primer impacto, sentí un impulso  irresistible de saludar a ese chico cuya mirada me calificaba como “ intrusa”. Pero, nadie respondió a mi saludo. Tampoco el animal emitió  gruñido alguno. Ambos siguieron inmutables y continuaron observándome hasta que doblé en la esquina. 
No voy a negar que ese muchachito me conmovió, es más,  ¡me estremeció hasta el tuétano!
Al día siguiente, volví a pasar por allí, pero por la mañana. Estaban sentados en el mismo lugar que en la víspera.  Daba la impresión de que el tiempo no hubiese transcurrido y que ninguno de los dos se hubiera movido.
Ese sentimiento de morbosidad que todos llevamos dentro me obligó a observarlos con atención. El niño vestía un suéter de lana a rayas, tejido a mano. Quien lo confeccionó no olvidó enhebrar en las agujas ningún color. Tenía las piernas estiradas, enfundadas en un pantalón marrón,  y los dos brazos rodeando el cuerpo del animal que estaba a su lado. Apoyaba la espalda en la verja de cemento.
El perro era de gran tamaño, de pelo largo color tabaco, con alguna que otra mancha negra, y de raza indefinida. Estaba sentado en estado de vigilia, con la cabeza y el cuello erguidos, la boca  abierta, la lengua escapando de sus fronteras, colgando de las comisuras de los labios. Jadeaba sin cesar.
Cuando estuve a su lado me detuve. Esa vez, la impresión fue más intensa que la del día anterior. ¡Qué horror! ¡Por Dios! "¡Hola!",  le dije,  casi sin darme cuenta. Para ocultar mi estupor, concentré la mirada en los ojos del chico. Creo que él entendió mi turbación pero sostuvo la suya sin responder. "¡Adiós!",  murmuré, sabiendo de antemano que mi saludo no tendría eco. Pero, le había robado importante información. Los ojos lo habían delatado. ¡Irradiaban mucho dolor! Además, esa criatura no era tan pequeña como yo pensaba... ¡era casi un hombre! Lo descubrí a pesar de la  máscara atroz...
A partir de ese momento, supe que ya no podría vivir sin saber qué le había pasado, sin averiguar cuál era la terrible historia de ese muchacho y el can, que parecían haberse fundido en un solo ser.
Cuando le pregunté a la almacenera si el chico era mudo, comentó:
- Creemos que ya ni habla, sino que ladra. ¡Está todo el día con ese perro! Ya no tiene trato con ningún ser humano, salvo con el abuelo, un octogenario sordo y  gruñón.
Me conmoví.
-¿No tiene más familia? - pregunté.
-Sí. Pero nadie quiere hacerse cargo... ¿Se imagina qué desagradable sería compartir la mesa con un monstruo como ese? ¡Tan sólo con mirarle la cara,  cualquiera  perdería el apetito!
-¡Pero es un ser humano!- recalqué con ardor.
-¡No crea, señora! Ya, luego de tanto tiempo de soledad, aislamiento y convivencia con el perro, ese chico es casi un animal. No fue a la escuela, no habla, no trabaja. Es sólo un parásito, como el can. Los vecinos estamos hartos de verlos sentados en el suelo contra la pared, verano e invierno. No vemos la hora de que muera el viejo para internarlo en un orfanato y llevar a ese bicho mugriento a la perrera.
- Pero ¿perjudican a alguien al estar sentados ahí?- pregunté.
-No, pero dan un aspecto feo al barrio. Si no se movieran parecerían el monumento a la Desgracia. ¿Qué más va a llevar don Pepe? - preguntó a otro cliente, escapando por la tangente.
Supe, que luego de mi pregunta capciosa, esa  insensible mujer no me contaría nada más. Pero, luego, me las ingenié y recopilé información por todas partes. No omití preguntar a nadie.
Me enteré de que el chico, antes de ser "el desgraciadito", se llamaba Fidel. Tal vez, quien le puso el nombre tuvo un rapto premonitorio. Me contaron que  había nacido normal, sano y fuerte, y que tenía varios hermanitos. Padre nunca se les conoció. La madre llevaba una vida basada en la promiscuidad y,  según varios comentarios,  nunca cuidó a sus pequeños.
Dicen que, cuando tenía cuatro años, Fidel se colgó de la cocina, trepó por la puerta del horno e intentó tomar un jarro, con tanta mala suerte, que la leche caliente se le derramó encima.  Estuvo muchos meses en el hospital luchando por su vida.  Cuando le quitaron el vendaje ya tenía un año más, y había dejado de ser un  niño bello para convertirse en un ente repulsivo.
Las partes  más afectadas por el accidente  habían sido la cabeza, la cara y la parte superior del torso pero, le habían quitado tanta piel de los glúteos y las piernas que parecía que se hubiese quemado todo el cuerpo. Tenía el cuello y los hombros secos y arrugados como un pergamino viejo, y la cara brillante, amoratada en algunos sitios. La cruzaban varios costurones, horizontales y verticales como secuela de los injertos;  daba la impresión de que le hubieran cosido varios parches.
La boca estaba estirada hacia un lado y arriba, algo abierta. Un hilillo de baba irrigaba la otra comisura.
El agujero de la fosa nasal izquierda era casi el doble de tamaño que el de la derecha. Uno de los párpados había perdido elasticidad y vigor y permanecía  casi cerrado.  Las pestañas y las cejas habían desaparecido y jamás volverían a nacer.
La cabeza había quedado totalmente calva y brillante. El cabello, luego, solo crecería en matas dispersas,  secas,  como las resistentes plantitas del desierto.
La madre no soportó el shock.  No podía siquiera mirarlo. Los vecinos argüían que se había vuelto loca y, a  nadie sorprendió cuando, un día, llevándose a los otros hijos,  abandonó el hogar y a Fidel aún decumbente. El pobre niño tuvo que soportar, en poco tiempo, dos enormes pérdidas: la de la semejanza humana y la del cariño de la mamá.
El abuelo, un ex integrante de la Legión Extranjera, se hizo cargo de él. Había visto tantos heridos a lo largo de  su vida que la triste imagen del nieto ni siquiera lo inmutaba. Pero, de tanto alternar con el dolor y con dolientes, se había vuelto insensible, al punto de haber perdido la capacidad de sufrir y de amar. Se ocupó del niño sólo por obligación,  limitándose a curarle  las heridas y a servirle alimento.
Cuando Fidel se recuperó por completo, se le permitió salir a la calle a jugar con los párvulos del barrio. Se sintió feliz. Su vida volvería a la normalidad. ¡Cuánto se equivocaba! A los pocos minutos, estaba rodeado de crueles diablillos que lo tocaban,  que lo miraban, con curiosidad algunos, con repugnancia otros. ¡Humberto no pudo contener el vómito! Y no faltó quién le preguntara si era extraterrestre.  Luego, lo abandonaron sin piedad. Ya no era su par. No tenía nada igual a ellos.
Los días siguientes fueron peores aún. Nadie lo aceptaba. Ya no despertaba curiosidad siquiera e, inclusive, le gastaban bromas y le ponían motes. El más ignominioso era el de “monstruo”...
A Fidel no le quedó otra alternativa que sentarse en la vereda a observar cómo jugaban  sus ex amiguitos en el baldío de la esquina. Seguía mental y visualmente el itinerario de la pelota. ¡Tocarla, nunca más! ¡Tampoco habría partidos de bolitas!  ¡Él debería jugar solo, con algún que otro bolín! ¡Ya no podría ir con ellos a tocar timbres!...  ¡Sólo los vería pasar corriendo, escapando de la ira del vecino importunado! Inerme, pensaba y sufría.
Cierto día, "un alma caritativa" le regaló un cachorrito para que lo acompañara. Pero, su generosidad no fue tan amplia. Ni siquiera le ofreció un perrito para que pudiera jugar, correr o revolcarse con él. No. Le entregó un cachorro que había nacido con una malformación congénita en una de las patas delanteras, el cachorro que nadie quería, porque era cojo. Seguro que, esa noche, ese ser bienhechor habrá dormido feliz, en paz, no por haberle dado un lazarillo a un ciego, sino porque ya no le quedaba ninguna cría por ubicar.
Fidel aceptó la pequeña mascota con ansiedad y temor. Era un pompón de algodón color miel, suave, muy suave; y era machito. Estaba calentito; lo miraba con ojitos asustados y gañía.  Tras acomodarlo en sus brazos,  le acarició amorosamente la cabecita y el lomo. Lo cubrió de cariño y de besos y, cuando el animalito dejó de quejarse y se quedó dormido en su regazo, Fidel comprendió que, al menos, alguien lo aceptaba tal cual era y, por primera vez en mucho tiempo,  le sonrió el corazón.
"Goliat" crecía entre los brazos del amo,  dormía en la misma cama  y no se separaba jamás de él. Comía de sus manos, recibía sus caricias y lamía sus lágrimas de dolor.
Al cabo de unos meses, se puso grande y fuerte. El pelo le brillaba bajo la luz del sol. Entonces Fidel pensó en presentarse  ante los niños otra vez. Ahora, que tenía un compañero tan hermoso,  quizás,  lo aceptaran. ¡Nadie en el barrio tenía una mascota tan enorme como él!
Carlitos, el líder del grupo, le derrumbó las esperanzas con la velocidad y la potencia de un escupitajo:
-¡Qué va a ser lindo ese bicho!  ¡Te lo dieron a vos porque nadie lo quería! ¡No ves que tiene  la pata deformada!
- ¡Mi perro es hermoso!- exclamó Fidel - ¡Miren qué pelo largo tiene y qué grandote es! ¡Parece un lobo!
-Sí, pero no puede cazar ninguna oveja, porque es rengo.
Todos rieron a carcajadas.
-¡A mí Goliat me gusta! ¡Es el amigo más lindo y bueno que haya sobre la faz de la tierra!- acotó Fidel.
-¡Dios los cría y ellos se juntan!- agregó otro. -¡Un chico desgraciado con un perro desgraciado! ¡No podía ser de otra manera! ¡Vamos!
-¡Vamos!- repitieron los otros a coro.
Y se fueron. Pero, esa vez, Fidel no quedó solo. Triste sí, pero solo no. Goliat estaba firme a su lado. De todas maneras, quiso comprobar si la mascota aún lo seguía respetando a pesar del nuevo rechazo colectivo. Dio dos zancadas a la izquierda. El perro también. Retrocedió tres pasos y Goliat avanzó. Dio otro paso a la derecha. El can lo imitó. Arrodillándose, lo abrazó, pleno de felicidad.  ¡A pesar de todo, Goliat aún lo amaba!
        Y así transcurrieron los años. Los dos espectadores, amo y can, seguían sentados en sus imaginarias butacas de cemento, viendo actuar a los otros niños, mirando como la vida pasaba sin tocarlos. Todos las jornadas eran iguales, la diferencia la marcaba el frío,  el calor,  el colchón de hojas de los árboles o el perfume de las flores.
Pero, un día todo cambió. Cuando “ella” pasó con la bolsa de los mandados por la vereda opuesta, Fidel se sintió distinto. Al siguiente, cuando la volvió a ver, se notó lleno de energía, casi feliz.  Aunque pasara sin mirarlo, ni siquiera de reojo y, apurada, casi corriendo. Las trenzas largas y brillantes saltaban en el aire,  se le entrecruzaban en la espalda.
Las horas se volvían interminables, aguardando, siempre esperando a que pasara. Y la espera infinita, brindaba a diario unos segundos de placer intenso: el tiempo que ella demoraba en recorrer esas dos cuadras, que era menor cuando lo hacía con premura.
Pero, aquella mañana en que se le cayó la billetera, Fidel creyó que moría de gozo. Se incorporó, la levantó y la llamó para entregársela. Ella regresó asombrada, pero se asustó al ver a Goliat parado a su lado.
-¡No tengas miedo! ¡No hace nada!- le advirtió el amo -¡Tomá, se te cayó!- dijo, extendiéndola.
Ella iba a tomarla y a darle las gracias, pero su mirada quedó atrapada, como un insecto en una telaraña, en los parches de esa cara. La boca se le abrió  por el espanto y echó a correr como si hubiese visto un fantasma.
-¡Tomá la billetera!-  gritó Fidel con dolor.
Pero ella no lo escuchaba. Ya estaba lejos...
Nunca más volvió a pasar por allí. Doblaba en la esquina anterior y daba la vuelta a la manzana. ¡Caminaba tres cuadras de más para no verlo!

Las hojas siguieron cayendo de los árboles en otoño y a cada temporada de frío seguía otra de calor. Fidel ya era casi un hombre. La billetera roja estaba ajada por el paso del tiempo y el manoseo,  y los escasos billetes que contenía ya habían sido retirados de circulación. Eran sólo un recuerdo, como su viejo continente.  Goliat había envejecido, tanto, que ya no podía caminar. Con mucho esfuerzo, Fidel lo sacaba y lo entraba en brazos. Estaba flaco y tenia el pelo seco y áspero. Ya no se sentaba  en posición de alerta. Dormía casi todo el día, con la cabeza apoyada en las cálidas piernas del amo.
        Ayer pasé por allí y me extrañó no verlos en la puerta. Era imposible imaginar la casa sin esas siluetas dolientes. Pensé que había muerto el abuelo y que el chico ya estaría internado en un hospicio, e imaginé la alegría de la almacenera. ¡Ya no habría nada que afeara al barrio! Pero, cuando pasé por el baldío, lo vi a Fidel sentado sobre un túmulo de tierra fresca. A pocos metros, los muchachos jugaban al fútbol y gritaban exaltados sus goles, ignorándolo. Tampoco él los miraba. Sus tristes pensamientos estaban allí, a escasos centímetros de profundidad, junto al cadáver de Goliat, su único y gran compañero de toda la vida.
Me acerqué para brindarle consuelo. Jamás,  nadie me había conmovido tanto como ese chico arrodillado sobre la tumba de su mejor amigo. Cuando le hablé, levantó la cabeza y me permitió observarle los  ojos  húmedos. Con esa transida mirada, me informó que iba a dejarse morir de pena. Había perdido al único ser que lo había amado sin fronteras, que lo había aceptado sin condiciones y que podía contemplarle la cara sin sentir horror. ¿Para qué seguir viviendo? ¡Sin Goliat,  había quedado más solo que un perro! 
            Fui corriendo a comprarle otro cachorro. Elegí el más sano, el más perfecto, el más mimoso. Llorando, se lo deposité en los brazos, sin pronunciar palabra alguna.  Pero, no sé que ocurrió luego, pues nunca más tuve el valor de pasar por allí...   

                                                                           CUENTOS PREMIADOS
                                                                             Editorial Cien -  2003

"Chico con un perro"  MURILLO 
"Niños con perro de presa"  GOYA 


sábado, 11 de agosto de 2012

ABANDONO

     Escribo esta carta con la incertidumbre de no saber qué hacer con ella. ¿La tiro al cesto de papeles? ¿Te la dejo por allí, a la vista? ¿Junto valor y te la leo? Y la pregunta del millón: ¿llegarás a responderme? ¡Bah! A esta altura del partido, a decir verdad, no me importa. Tal vez tampoco te importen a vos mis reflexiones y sufrimientos. Pensándolo bien, ya no me interesa siquiera lo que opines, porque estoy convencida de que no sentís nada. ¡Si tenés el alma de acero y el corazón de lata! Pero, al menos usaré esta servilleta como secante, para absorber toda la bronca que voy a destilar, que te puedo asegurar que es mucha. 
     No sé por donde empezar... ¿luces o sombras? Bueno... Antes que nada, quiero que sepas que te tenía una confianza ciega, ilimitada. ¡No es para menos! ¡Fueron tantos años juntos! ¿Quince? No, no, trece. ¡No recuerdo con exactitud! ¡No importa! Solo vos y yo. ¡Vivimos tantas experiencias hermosas! Sabés, contigo hubiera ido hasta el fin del mundo, despreocupada y contenta, y tan solo con tu presencia me hubiera sentido segura, protegida, completa. Pero, después de lo que ocurrió hoy, ¡ese universo feliz se convirtió en chatarra! 
     Por otra parte, ¡te dediqué tanto tiempo! En realidad, te cuidé más que a mi misma, privándome en varias oportunidades de pequeños caprichos para satisfacer los tuyos. ¡Primero estabas siempre vos!
     Aunque me duela reconocerlo, debo confesarte que no te hubiera cambiado por nada ni nadie. Jamás pude imaginar mi existencia sin vos; creía que la vida se me haría cuesta arriba, intrincada, imposible. 
     ¿Dichosa? Sí, a tu lado fui dichosa. Pero no hay felicidad que dure cien años...
     Hoy me dejaste abandonada. ¡ Me a ban do nas te! ¡A mí! ¡Todavía no lo puedo creer! Aún sigo aquí, desconcertada, inerme al borde del abismo, con los ojos desorbitados ante la ineludible realidad.
     Nunca pensé que me harías esto! Otro sí, pero vos no. ¡Qué ingenua fui, por Dios!
     Debo admitirlo: estoy muy, muy dolorida por tu grosera actitud. 
     Sin embargo, no hay mal que por bien no venga... En realidad, ya me tenías harta con tus ñañas. 
Ahora que lo pienso bien, de un tiempo a esta parte te habías convertido en un anciano achacoso.
     Pero, de todas maneras ¡esto no te lo perdonaré jamás! 
     ¿Sabés qué hora es? ¡Son las tres de la mañana, estoy a veinte kilómetros de casa y está lloviendo! Estoy calada hasta los huesos por tratar de arreglar lo que ya no tiene remedio.
     ¡Basta, queridito!  ¡Se me acabó la paciencia! Después de todo, fuiste vos quien puso punto final a nuestra añeja relación, por lo tanto, no habrá ningún remordimiento de mi parte.
     Aquí tengo la tarjeta, dice clarito: crédito  i li mi ta do. Hoy mismo, voy a cualquier agencia y me compro un último modelo con caja automática y aire acondicionado.
     ¡Chau! ¡Adiós para siempre! 


                                                                AMAR AMANDO - EPISTOLARIO

                                                                Cáthedra  BUE - 2005





"Las bodas de Fígaro"  RAFAL OLBINSKY 


"Soledad paranoico-crítica" - SALVADOR DALÍ- 1935









CIEN TANGOS EN UNA CARTA DE AMOR PARA MALENA





                                                                             
En mi Buenos Aires querido, 9 de julio de 19..


 ¡Malena! ¡Morocha argentina! Morocha de mirar ardiente que en su alma siente el fuego del amor! Milonguita linda, papusa de charla tanguera, pinta maleva y boca pecadora color carmín; al cantar volvés otario al vivo, y al rana, gil:
   Hoy me tomé el atrevimiento de garabatearte estas hojas porque me he sentido poeta y quiero decirte a vos,  pebeta,  ¡qué  sos más li  nda que el sol! No sé si será pecado confesarte mis ternuras,  o es cargarte sobre el lomo el peso de otra cruz; lo cierto es que este mundo es sendero de venturas y en ese sendero oscuro sólo tu amor es mi luz.
   Pa’ que sepás, yo  soy un taita del barrio “La Mondiola”, un pobre tipo que nació en un conventillo con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral. Más tarde, persiguiendo la riqueza,  gambetié la pobreza en una casa de pensión. Yo he vivido dando tumbos, rodando por el mundo. Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno, sé del beso que se compra y sé del beso que se da. La experiencia fue mi amante mistonga; el desengaño mi amigo. Mi escuela fue la misma vida, enredada en las figuras de una milonga. Y, como tus venas tienen sangre de bandoneón, Malena,  hoy  te enhebré toda la poesía del tango para expresarte mi amor. Sólo quiero que comprendas el valor que representa el coraje de querer; advertirte que soy varón pa’ quererte mucho... varón pa’ desearte el bien...  y  recordarte que por tu culpa mi alma está en orsái.
   Tus ojos son obscuros como el olvido, tus labios, apretados como el rencor. Tus manos, dos palomas que sienten frío, tu voz,  el eco de un dolor, acaso de aquel romance que sólo nombras cuando te pones triste con el alcohol. Su querer fue flor de un día... Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento.  Fuiste, por  su culpa, golondrina entre la nieve, rosa marchitada por la nube que no llueve.  Como la de Gricel, tu ilusión fue más frágil que el cristal. Y echaste a rodar por el mundo tu afán de glorias y besos, y sólo trajiste al regreso, cansancio en el corazón.  Con la inocencia de un purrete quisiste ser un barrilete buscando altura en tu ideal. ¡Y el muy turro te cortó el piolín!  Ahora, con ese derroche de plata  ya no ríes.  Tu boquita, donde sangraron rubíes, ya no besa más. ¡Maldigo toda esa ingratitud que te ha dejado acobardada como un pájaro sin luz!
   Pa’ tu consuelo, quiero confesarte que a mí también me engrupieron y que llevo en el alma marcado un dolor. Una chorra bataclana me puso en la miseria, me dejó en la palmera y me afanó hasta el colchón.  En seis meses, me comió el mercadito, el puestito de la feria, la ganchera, el mostrador. En la sangre me puso una bombilla, y me serruchó la silla cuando me quise sentar. ¡Con el alma la quería! Que, chiflao por su belleza, hasta le quité el pan a la vieja... Pero la muy desagradecida,  una tarde muy oronda arregló su bagayito, yo la miré cayadito, mascuyando mi dolor. No le dije una palabra, ni un reproche ni una queja. Hasta que aquella mañana se me piantó la Fulana dejándome  amurao.  La miré que se alejaba y pensé: ¡Todo acabó! Y cerré fuerte los ojos, y apreté fuerte los labios, pa’ no verla, pa’ no hablarle, pa’ no gritarle un adiós. Partió, en lo mejor de mi vida,   dejándome el alma herida y espinas en el corazón, mientras que yo, compungido, me quedé triste en el nido empollando mi aflicción.  Creí que me moría si me dejaba plantao. Rechiflado en mi tristeza, pegaba cada suspiro, que hasta el papel de la pieza se despegaba de a poco, hasta quedar descolao... Todo se lo di, todo lo perdí.  ¡No es fácil cortar los tientos de un metejón cuando están bien amarrados al palo del corazón!
   Ya sé, no me digás, tenés razón: la vida es una herida absurda. Hemos tenido mala suerte, pero hablando francamente, ¡qué vachaché! ¡El mundo fue y será una porquería, ya lo sé!  Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo los dos manoseaos.
   Cada cual tiene sus penas y nosotros las tenemos... Sé que estás desorientada y, como yo,  no sabés qué trole hay que tomar para seguir. Te entiendo Malena, por eso quisiera borrar con mis besos la pena que puso en tus ojeras el humo de la hoguera de tu corazón.
   Hace varios días que, loco de contento, vivo en movimiento como un carrusel,  desde que te vi pasar, tangueando altanera, con un compás tan hondo y sensual que no fue más que verte y perder la fe, el coraje, el hambre, el guapear. ¡Tu silueta fue el anzuelo donde yo me fui a ensartar!
   Por eso te confieso que no pienso más que en vos a toda hora; que es terrible esta pasión devoradora... Me la paso siempre rondando en tu esquina, mirando siempre tu casa... las calles y la luna suburbana y mi amor en tu ventana  empujando por entrar.  Y si te veo coquetona por la calle con tus ojos tan porteños y tu talle cimbrador, me digo: ¡flojo! ¿Pa’ qué andás penando? ¡Flojo! ¡Cantále y viví! ¡Dále, que el mundo es un carro tirao por los sonsos que quieren así!
   Y aquí te estoy cantando en estos pelpas pa’ que sepás lo que siento. Y te digo que  no habrá  ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz... tu piel, magnolia que bañó la luna, tu voz, murmullo que entibia al amor”.  ¡No ves que estoy embretao, vencido y maniao en tu corazón!
   ¡Vida mía! ¡Cuánto te quiero! Si hasta apuro el aliento acercando el momento de acariciar felicidá! Noche y  día, quisiera escuchar tu risa loca y sentir junto a mi boca como un fuego, tu respiración...
   ¡Con el alma te quiero, Malena, y algún día tendrás que ser mía, porque estás  dentro de mi ser, pedazo de mi vida, sos la ilusión querida que nunca olvidaré! ¡Y pensar que desde hace poco tiempo sos mi locura! ¡Y qué ahora llegaría hasta la traición por tu hermosura! ¡Decí, por Dios, qué me has dado que estoy tan cambiado, no sé más quién soy! Si me faltan tus canciones, tus consuelos, tus ternuras... ¿qué me queda ya a mis años, si en mi vida está tu amor?
   Ven, pues ¡te quiero tanto! Que si no vienes hoy voy a quedar ahogado en llanto. Estás clavada en mí, ten siento en el latir abrasador de mis sienes.  Atado  a tus encantos de mujer, sé que nunca más podré arrancar de mi pecho este querer.  Así te quiero, dulce vida de mi vida, Así te siento, solo mía, siempre mía. ¡Te juro que mi amor es eterno!
   Campaneá que la vida se va. Ven, sin mirar atrás,  porque las horas que pasaron ya no vuelven más.
   Ven, y felices recorramos caminitos bordeados de trébol y juncos en flor y, los dos prendidos de la mano bajo el cielo de verano que partió,  cantando nuestro amor  bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia nos verán pasar.
   ¡Sé buenita! Decí que sí, papusa del barrio Latino, que he alquilado un cotorrito en el centro, pa’ los dos. Está en Corrientes tres cuatro ocho, segundo piso, ascensor...  Hay de todo en la casita: almohadones y divanes, como en botica, cocó; alfombras que no hacen ruido y mesa puesta al amor...   una cama que tiene acolchado y cortinas muy largas pa’ que no moleste el sol.  También hay en el bulín aquellos lindos frasquitos, adornados con  moñitos todos del mismo color. ¡Aceptame! Quiero que tu presencia de bacana ponga calor en mi nido. ¡Pucha! ¡Qué brujo es el amor!
   Y aquí, sentao en este cafetín de Buenos Aires, fumando espero que me digás que sí. Tengo el resto de la vida pa’ esperarte.  Pero si la Parca me encana antes de que llegue tu  respuesta, sobre esta gastada mesa, ebrias de amor y bandoneón, te dejo las cenizas de mi pobre corazón.
   A sus gratas órdenes, el taita Julián.

PD: ¡Atenti, pebeta, seguí mi consejo;  yo soy zorro viejo y te quiero bien!

 BIBLIOGRAFÍA DE LOS TANGOS DE LOS QUE SE USARON ALGUNAS ESTROFAS EN LA CARTA
“A media luz”                                        Lenzi – Donato
“Adiós muchachos”                             Vedani – Sanders
“Afiches”                                               Expósito – Stamponw
Amurado                                               De Grandis – Laúrenz
“Anclao en París”                              Cadícamo - Barbieri
“Arrabal amargo”                               Le Pera – Gardel
“Atenti pebeta”                                    Flores – Ortiz
“Badoneón arrabalero                       Contursi – Deambrogio
“Cafetín de Buenos Aires”                  Discépolo - Mores
“Cambalache”                                      Discépolo
“Caminito”                                            Peñaloza – de Dios Filiberto
“Ché bandoneón”                                Moriz – Troilo
“Ché papusa, oí”                                 Cadícamo – Matos Rodríguez
“Chorra”                                               Discépolo
“Cristal”                                               Contursi – Mores
“Cuesta abajo”                                    Le Pera – Gardel
“De todo te olvidas”                           Cadícamo – Merico
“Desencuentro”                                   Castillo – Troilo
“El bulín de la calle Ayacucho”      Flores – Hermanos Servidio
“El que atrasó el reloj”                      Cadícamo – Barbieri
“En esta tarde gris”                            Contursi – Mores
“Esta noche me emborracho”           Discépolo
“Fangal”                                               Discépolo - Expósito
“Fuimos”                                              Manzi – Danes
“Fumando espero”                             Garzo
“Garufa”                                               Fontaine – Soliño – Collazo
“Gricel”                                                Contursi – Mores
“Justo el treinta y uno”                     Discépolo – Rada
“La cumparsita”                                 Contursi – Maroni – Matos Rodriguez
“La mina del Ford”                            Contursi – Maroni- Scatasso- del Negro
“La morocha”                                      Villoldo – Saborido
“La pulpera de Santa Lucía”            Blomberg – Maciel
“La última curda”                              Castillo – Troilo
“Las cuarenta”                                    Froilán – Grela
“Lloró como una mujer”                    Flores – Aguilar
“Los mareados”                                  Cadícamo – Cobián
“Madame Ivonne”                              Cadícamo – Pereyra
“Mala suerte”                                     Froilán - Lomuto
“Malena”                                             Manzi – Demare
“Malevaje”                                           Discépolo – de Dios Filiberto
“Mano a mano”                                  Flores – Gardel –Razzano
“Mi Buenos Aires querido”              Le Pera – Gardel
“Mi noche triste”                                Contursi – Castriota
“Milonga sentimental”                      Manzi – Piana
“Misa de once”                                    Tagini – Guichandut
“Muchacho”                                         Flores – Donato
“Muñeca brava”                                  Cadícamo – Visca
“Naranjo en flor”                               Hermanos Expósito
“Ninguna”                                           Manzi – Fernandez Siro
“Nostalgias”                                       Cadícamo – Cobián
“Nubes de humo”                               Romero – Jovés
“Pa’ que sientas lo que siento”       Salgán
“Pasional”                                           Soto – Caldara
“Qué me van a hablar de amor”      Expósito – Stampone
“Qué vachaché”                                 Discépolo
“Rondando tu esquina”                    Cadícamo – Charlo
“Si soy así”                                          Botta – Lomuto
“Siga el corso”                                   García Jiménez – Aieta
“Sueño de barrilete”                         Blázquez
“Sur”                                                    Manzi – Troilo
“Tarde”                                                Canet
“Tengo miedo”                                   Flores – Aguilar
“Ventanita florida”                           Amadori – Delfino
“Vida mía”                                          Fresedo
“Volver”                                              Le Pera – Gardel
“Volvió una noche”                          Le Pera – Gardel
“Whisky”                                              Marcó
“Yuyo verde”                                       Expósito - Federico
“9 de julio”                                          Padula

                                                           PASIONES - CARTAS DE AMOR                                 
                                         Editorial Cáthedra - BUE - 2003                            



"Tango" SALVADOR DALÍ                                    "Tango pasión" 1993 - RICARDO CARPANI















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